Powered By Blogger

Vistas de página en total

jueves, 17 de febrero de 2011

...pero te cansaste.


Y la noche se me vino encima.
Esperaba, como un niño al salir del colegio, ver tu cara. Dejar de sentir ese gusanillo mientras buscaba en la multitud para ver si habías decidido venir esta vez, y poder dormir tranquilo todas las noches sabiendo que ibas a estar ahí. Supongo que es culpa mía.
Hoy no apareciste, sin embargo, decidí esperar. Hacía frío, pero no me importaba. No me importaba sacrificar un poco de tiempo para tener la oportunidad de verte. Al parecer tu tiempo y el mío no valen lo mismo, o tú me das menos valor del que yo te doy a ti.
Ya dijiste que no acostumbrara a verte por ahí, pero un mes da para mucho. Ahora no puedo evitar pensar que te fuiste después de obtener lo que querías, como todos. Si no es así tampoco creo que vayas a explicarte, ni que te importe lo que pueda pensar yo de alguien que no me perteneció nunca.
Yo también me he habituado a la nieve ya, pero aún no compartimos cualidades. El frío y tu parecen haberse compenetrado muy bien, tanto que ya casi parecen lo mismo. No sé qué pasó para que eso pasara, tampoco me lo explicaste. Nada que me incumba, al fin y al cabo, ¿quién soy para ti?
Solo sé que ahí me quedé, bajo el gélido aire esperando verte pasar. Derretirnos juntos mientras disfrutábamos de esa puesta de Sol, era todo lo que deseaba. Se me olvidaba que los deseos los concedía un genio, y todavía no he encontrado la lámpara mágica. Así que, ahí me quedé, solo.
Sentí un tremendo alivio cuando reflexioné y pensé que, de esa manera, podía pensar solamente en mi, dejarme de quebraderos de cabeza, saber a dónde voy con mi vida... Más tarde llegué a la conclusión de que mi vida está con quien quiera ver conmigo la puesta de Sol, y que tú solo querías pasar conmigo la noche bajo las estrellas.
Fugaz como las estrellas y frío como la nieve.
Yo soy más de las tonterías, de las promesas para siempre que al final no se cumplen, pero con las que se puede vivir muy feliz durante cortos periodos de tiempo. Soy más de atardeceres que se dan la mano, de mañanas que se levantan juntas, de días seguidos... Demasiado para alguien frío como la nieve y fugaz como las estrellas.
A pesar de todo, ahí estoy cada tarde, en ese mismo banco. Cada día más nubes impiden a mi vista poder ver el atardecer, y el gélido aire consigue ir congelándome por partes el corazón. De todas formas, en el fondo de mi ser, no pierdo la esperanza. Quiero creer que, en alguna parte, cuando veo la puesta de sol, hay alguien sentado en algún lugar del mundo, viendo la puesta de sol también.
Que sueñe con pasar este invierno helado fundido en un abrazo, en un beso... Mientras esperamos a la primavera, mientras crece eso que el frío impedía crecer.
Mientras, te espero a ti.

martes, 15 de febrero de 2011

Aprendí a sufrir...

...y creo que ya me acostumbré.
Mis padres nunca mostraron mucho interés por mi, ni por mis prioridades; nunca quisieron saber qué rondaba por mi mente, ni siquiera preguntaron. Cada logro caía en el olvido rápidamente, cada virtud era sutilmente escondida para ser encontrada... nunca vieron la luz.
Me enamoré de alguien, o eso creí haber hecho, y tuve la gran suerte de que durase tres semanas. Gilipollas. Como todos, hasta la fecha.
De nuevo, alguien se cruzó en mi camino. Ocho meses (más o menos) de risas y lágrimas. Una cena, un beso a oscuras, una mirada cómplice, una canción, mi primera vez, velas, muchas guaguas, ilusión, dudas, muchas dudas... mentiras. En eso se quedó. Ocho meses perdidos en el tiempo y yo perdido junto a ellos.
Pero... ¿quién lo entiende? Y, de todas formas... ¿a quién le importa?
Dedico, dia sí y día también, tiempo, a veces más y otras veces menos, a pensar en ti, en nosotros (qué raro suena ahora), en lo que éramos... en lo feliz que pareces ahora. Después de lo que pasó ni siquiera debería importarme, ni siquiera debería estar al tanto de tu vida ni de con quién decides pasarla, pero por más que siga queriendo negarlo, llevo 9 meses estándolo. Es obvio, ¿no? Aprendí a sufrir, me acostumbré y ahora parece que hasta me gusta. En masoquista me convertí.
Y, de repente, apareces tú. Con tus no-promesas, tu sentido del humor, tu sinceridad, tu risa, tu altura, tu pelo... en fin, con tus defectos y tus virtudes. Consigues que me divierta, que piense en ti, que me apetezca verte otra vez, pero ¿a dónde vamos? ¿Qué somos? ¿Por qué siento la absurda necesidad de ponerle etiquetas a todo lo que pasa por mi vida?
Miedo. Esa puede ser la palabra que lo resuma todo. Y es que ¿a caso no nos pasa a todos? Miedo de conocer a alguien, miedo de saber qué somos, miedo de lo que podría ocurrir mañana, miedo de lo que podría venir después de, miedo de dejarlo, miedo de no olvidarte, miedo de que te alejes... ¿miedo al sufrimiento?
Parece ser que, por más que uno se acostumbre a los malos tragos que la vida pueda traerle consigo, no se aprende a sufrir, ni se acostumbra a sufrir. Sufrimos con cada decepción por igual, y por más que tratamos de convencernos de que nunca volveremos a sufrir más que la última vez que lo hicimos, lo volveremos a hacer. Y nos sorprendemos. Y nos da miedo.
Y eso siento, miedo a sufrir. Quizás por eso no me atrevo a preguntarte las cosas que querría saber, por miedo a no escuchar lo que quiero y sufrir. Sin embargo, ¿cómo puedo aspirar a asumir mi pasado si no tengo claro si mi presente me llevará a tener un futuro a tu lado?
A lo mejor tengo que aprender a ser paciente, a dejarme llevar, que el tiempo decida. Pero tengo miedo. Tengo miedo de que mis sentimientos empiecen a florecer y de que, luego, echen raíces. ¿Vendrá luego el fuego de la desilusión a quemarlos? Supongo que es algo a lo que tendré que arriesgarme.
Nos arriesgamos a sufrir, a pesar del miedo, levantamos la cabeza y seguimos adelante, lo que hace que nos convirtamos en personas valientes... o estúpidas.
Así que, aquí me hallo: entre valentía y estupidez. Me levanto sintiendo incertidumbre todos los días: ¿qué pasará hoy? ¿se cansará hoy de mi? ¿se acordará hoy de mi? ¿me llamará hoy? ¿me echará de menos? ¿querrá verme? ¿me querrá?
Supongo que siempre es mejor sentir esa incertidumbre a darlo todo por perdido, por muerto. Porque, a pesar de que muchas veces creí estarlo, no estoy muerto. Quiero imaginarme un mundo contigo, porque estoy vivo, y porque, ahora mismo, no me importaría compartir mi vida contigo.