Powered By Blogger

Vistas de página en total

martes, 31 de diciembre de 2013

Por un 2014 de cambios, y no de promesas.

Deja de cavar hoyos en la madrugada,
Que cuando despiertas escondes la pala
Y te das cuenta de que no has soñado nada,
Mas el orgullo guardas bajo el ala.

Caer ya no es difícil en tu terreno,
Y culpas a los demás de esa amnesia
Que tú mismo te provocas sin poner freno.
¡Más coraje y menos soberbia!

Tus decisiones marcan el camino.
Deja de andar y corre... ¡y vuela!
Nadie puede contigo

...salvo tú mismo.


lunes, 11 de noviembre de 2013

Tic, tac.

¿Por qué seguir dándole cuerda a un reloj que ya se paró?

Y, como un niño ilusionado el día antes de Navidad, te acuestas esperando a que ese reloj te despierte con las campanadas que sabes que no dará. Pero las esperas y… no llegan. Lo que si llegan son los sueños, y su recuerdo parece que está más vivo que nunca. Y, aunque te prohíbes a ti mismo pasear por aquellos lugares en los que corres el riesgo de darte de bruces con él, no puedes evitar que él sí se pasee por tu cabeza.
Despiertas y, entre dolor y alivio, suspiras: no volverás a sentirte peor de lo que te sentiste anoche pero, ¿cuándo te sentirás bien por fin? Crees que te sientes con fuerzas, pero cuando besas otros labios a oscuras no hace falta ni que cierres los ojos para imaginarte que es él a quien besas.
Sientes el roce en tu cara, pero falta su bigote. Agarras su cabeza, pero te faltan rizos. No es él, pero… ¿quién eres tú?
Lloras, ríes, te quedas solo, llamas a alguien, sales de fiesta, te quedas viendo una película… Da igual lo que hagas, lo que cambie, porque una cosa siempre permanece igual: su recuerdo. Y el daño que te ha hecho, y tu conciencia gritándole a tu impulsividad que, quizás, así es mejor; que, tal vez, es lo que le conviene a los dos. Tratas de entenderlo, pero no lo consigues porque siempre vuelves atrás. El reloj ya no avanza.
¿…y si…? La realidad es que, aún cambiando lo que se pudo mejorar, la fecha de caducidad ya estaba establecida antes, siquiera, de fabricarse el producto. Y es algo que sabías pero, aún no sabiendo realmente quién eres en la actualidad, sabes que no hubieras querido ser del tipo de personas que se niegan a intentar algo por el simple miedo a fracasar. Eso siempre pesa mas.
Intentas convencerte de que llegará el día en que todo se haya acabado, en el que puedas mirar atrás y recordar las cosas con una sonrisa, en el que sepas que volver a oír hablar de él no te bloquee la mente. Pero ese día sigue sin llegar.
Y, ¿cómo va a llegar si el reloj al que miras está roto?
Pero, ¿cómo armarse de valor y ponerlo a andar de nuevo?


¿Cómo vivir sin él, pero con su recuerdo?


martes, 29 de octubre de 2013

Contigo.

Corriendo…
Deprisa, más rápido.
Te alejas.

Despacio.
Detente, haz algo.
Vuelve.

Aquí.
Me quedé, te esperé.
Moriré.

Tu recuerdo me aplasta,
Me levanta, me trastorna.

Te alejas.
Deprisa, más rápido.
Corriendo…

Vuelve.
Detente, haz algo.
Despacio.

Aquí.
Me quedé, te esperé.
Viviré


…contigo.




domingo, 27 de octubre de 2013

Domingo

Último día de la semana, para algunos el primero. El último que pienso en ti, o eso intento hacerme creer hasta que el siguiente se me echa encima. Y no sé qué es peor, si pasarlo solo o pasarlo sin ti; a lo mejor la certeza de que alguien te acompaña. Quizás lo peor sea el continuo interrogante: ¿por qué?

Se dice que algunos resucitaron un domingo pero, ¿cuántos nos desmoronamos? Y entre la pereza, las comidas basura, el tiempo desaprovechado y las canciones que me recuerdan a ti, el mejor plan que se me ocurre es ver una película romántica. De esas que no vimos, de esas que podría escribir si me diera por contar nuestra historia. Qué nombre tan irónico, ¿no? Normalmente, cuando pienso en historia, pienso en algo que se desarrolle durante un largo periodo de tiempo. Pero hay que ver cómo, a veces, la más breve de las historias puede hacer que nos estemos preguntando, por mucho más tiempo que el que ésta ha durado, esa misma pregunta: ¿por qué?

Amor. Y no, aunque no niego que me gustaría, no te estoy llamando a ti. Así se llama la película que he decidido ver hoy, aunque es posible que también se trate del motivo de mi masoquismo.

La ropa está tirada, los platos sin fregar, y yo al borde del colapso, pero impasible. Cuando es domingo nada importa. Menos tú. Tú, y esa loca idea que ronda mi cabeza y que alimenta mi esperanza, haciéndole creer que aún existe la posibilidad de salir de esta penumbra cada último día de la semana con tan solo apretar un botón.

Cuarto exterior derecha. Suena, corro, y en menos de media hora me como la pizza familiar que había pedido. Es domingo, hoy no cocino y como por dos. Por ti. Por mi. Pero ya no por los dos, que son los bultos que en mi cama no hay, pero sí en la tuya. ¿Por qué?

Porque hoy es domingo, hoy pienso en ti. En mi. En los dos. Y, contrario a aquellos que creen en la resurrección, no bebo vino. Y no te olvido. Es domingo de masoquismo, aquel que no me deja ser siquiera tu amigo. O todo, o nada… ¿por qué? Y es que me olvido…


Es que hoy es domingo.



lunes, 30 de septiembre de 2013

Drama queen.


¿Por qué triunfan las comedias?

Es una pregunta que me hago cada vez que veo una película o un capítulo de una serie. ¿Por qué? Sí, te hacen reír a carcajadas durante varios minutos e, incluso, pueden hacer que te olvides de aquello que tanto te preocupa en el día día durante un tiempo, pero, con riesgo a sonar algo pretencioso, ¿qué te aportan?

No haré un análisis sobre por qué las comedias atraen mucho más que el resto de géneros televisivos y cinematográficos, sin embargo no entiendo por qué tanta reticencia hacia los dramas. Los dramas son la vida. Aunque a lo mejor estoy equivocado, al fin y al cabo... ¿qué se yo sobre la vida? Quizás no mucho, pero sí sé que, al menos la mía, es más parecida a un drama que a una comedia y que, aunque en ocasiones me río, también lloro.

Y pienso... ¿no es más reconfortante un drama que una comedia? Para mi, una comedia es como dar dinero para alimentos a países tercermundistas. Son una vía de escape, y es pan para hoy, pero hambre para mañana. Los dramas, por el contrario, son la esencia de lo que vivimos cada día. De la vida no saldremos vivos nunca, pero de los dramas sí; y no entiendo como esa sensación tan estupenda no es valorada como los minutos de carcajadas durante las comedias. Al fin y al cabo, después de ellos, ¿qué te queda?

Después de los dramas te queda esperanza. Analizas la historia que acabas de vivir, real o ficticia, la comparas a la tuya y, al final, siempre acabas ganando. Tu vida podría ser más miserable, pero no lo es. Y, por un momento, se te llena el alma de buenas intenciones, de ese afán de superación que tanto echabas de menos, de determinación... Y, aunque muchas de las veces al final eso quede en nada al día siguiente, no es algo que cambie por unos minutos de risas.

Después de las comedias se hace más duro volver a la ídem realidad.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Y la respuesta correcta es...

La respuesta era que le quería.

Las noches eran interminables, pero en su pensamiento no había lugar para mi. Tampoco me sorprendía. Me encantaba escucharle hablar, aunque lo que decía rara vez coincidía con las conversaciones que manteníamos en mi realidad paralela.

Me preguntaba si lo sabía. Me preguntaba si sería capaz de mantener el corazón en una caja con la etiqueta "MUY FRÁGIL" embalada por doquier. Me preguntaba si esos sentimientos que afloraban desde hace ya un tiempo respetarían el etiquetado ya que, a veces, la sinapsis no era suficiente. Y, entre tanta pregunta, a veces me olvidaba de las respuestas. Porque, ¿cuánto tiempo podemos estar dándolo todo mientras nos vamos conformando con las migas? ¿Moriríamos de hambre, o acabaríamos yendo juntos a cenar entre flores y velas? ¿Volveríamos a formar parte de esa carne resignada del buffet libre?

Y es que, como la gran mayoría de preguntas complicadas, la respuesta era bastante simple. No sabía por qué era así, quizá fuera su forma rara de vestir. A lo mejor eran sus rizos, sus labios tal vez. Quizá me esmeraba por buscarle un porqué a todo para intentar justificar algo que, probablemente, no tuviera ni pies ni cabeza.

Si tuviera que responder al porqué, diría que la respuesta era que le quería.
Y, ¿quién es capaz de explicar eso?


domingo, 25 de agosto de 2013

AMOR DE VERANO.

CAPÍTULO 1

Según el tren iba aproximándose a la parada de destino, no podía dejar de imaginarme lo que me ocurriría durante las siguientes 36 horas. No podía creer que una simple casualidad hubiera sido el detonante de esta repentina... ¿aventura?

El destino físico era ese que aparecía en los mapas de la red de Cercanías de Madrid, ese de nombre compuesto, alejado de la ciudad, en la sierra madrileña. Pero, ¿cuál era mi destino real? ¿Qué esperaba encontrarme, además de un calor abrasador, una enorme casa y una gran piscina en la que chapotear hasta que la noche cayera?
No tenía ni la más mínima idea.

Por fin era verano, por fin había terminado mis exámenes, por fin hacía calor en Madrid, ese calor asfixiante que tanto echamos en falta cuando en mayo, sin más, viene una ola de frío y nos deja esperando ansiosos que llegue el día en el que todos exclamemos a través de las redes sociales de las que tanto dependemos ahora, medio en queja, medio aliviados: "¡qué calor hace en Madrid!". Ese calor que, tras una semana, acabas aborreciendo.
¿Nos acabaríamos aborreciendo los dos?

Cinco paradas para llegar a mi destino.
No quería reconocérmelo a mi mismo, pero notaba cómo mi corazón palpitaba más rápido de lo normal. Era raro, porque a penas habían pasado 24 horas desde nuestro último encuentro, de nuestra asombrosa charla y, desde entonces, no había vuelto a pensar en otra cosa. Bueno, miento, había pensado en el examen que había realizado hacía escasas horas y en aquel beso que compartimos en medio de los rezagados estudiantes que, como yo, transitaban Ciudad Universitaria deseando deshacerse de una vez por todas de todos los apuntes que les impedían disfrutar de la nueva estación que acababa de invadir la capital: el verano.

Cuatro paradas para llegar a mi destino.
Ese beso... El que casi no me dejó pensar con claridad el resto de la tarde mientras intentaba estudiar en la biblioteca, y por el que me costaba acordarme de las respuestas del examen mientras lo realizaba. Me sentía algo eufórico, en realidad. No sabía cuál era el motivo real, o si era un cúmulo de todo lo que estaba por venir, pero no podía dejar de sonreír.

Tres paradas.
Mientras sonaba una de las canciones que había añadido a mi lista de reproducción veraniega, y totalmente abstraído de lo que me rodeaba en ese momento, empecé a recordar lo que, escasas paradas atrás, me había sucedido. Cuanto menos, era gracioso que a pesar de haber cogido trenes, aviones, barcos, manejarme a la perfección en el metro, y haber viajado unas cuantas veces al extranjero, no consiguiera viajar tranquilo en cercanías. Como un provinciano recién salido de su pueblo, no dejaba de estar atento a cada palabra que se decía por megafonía y a cada cartel que podía observarse a través de las ventanas del tren. Por eso, cuando habíamos llegado a Chamartín, no entendí por qué todo el mundo bajaba. Me había quedado completamente solo en el tren que creía me llevaba a mi destino. Suerte que, una señora mayor, novelera, madrileña de pura cepa, amablemente se acercó a mi, y me dijo que el tren se había averiado, que teníamos que salir y coger el siguiente que pasara.
Dos paradas.
Supongo que mi cara de idiota era tan evidente que, hasta esta señora tan amable con gafas de culo de botella, se dio cuenta de ella. Después de darle las gracias y de ayudarla a bajar el tren, no podía dejar de sentirme culpable. Las señoras mayores en el transporte público solo significan una cosa: "levántate de tu asiento si no quieres ser odiado". Y, como terapia de choque, el odio se invertía hacia ellas por hacerme levantar del asiento. Algunos lo llaman egoísmo, yo cansancio. Esta señora, sin embargo, se merecía que le cedieran todos los asientos del mundo.

Una parada para llegar a mi destino.
Pegué una carcajada al recordarlo. Cómo no, fui objeto de miradas de todo el vagón.
Volví a la realidad.

"Próxima estación: San Yago."

Creo que era la primera vez que estaba nervioso en todo el día. Lo del examen había sido un pequeño cosquilleo en comparación con lo que estaba sintiendo ahora mismo. Seguía sin entender cómo era posible que me sintiera así tras haber pasado solo 5 horas a su lado. La conversación que tuvimos, sin embargo, fue de otro mundo. Y no sé si lo mencioné antes, pero el beso... Ese beso fue de película, sin duda.

Mientras me levantaba del asiento y el tren se aproximaba a la estación de destino, y con mi estómago dando más vueltas que una montaña rusa, no podía dejar de preguntarme qué era aquello que estaba sintiendo, y por qué lo sentía. ¿Sería el calor? ¿Amor a primera vista? ¿Existía el amor a primera vista?
Bueno, ya puestos... ¿Existía el calor? En ese preciso momento, una gota de sudor frío me recorrió la espalda. Creo que en ese momento por fin me creí lo que decían aquellos anuncios sobre que el 75% de nuestro cuerpo era agua. Estaban en lo cierto, sin duda. Aunque yo estuviera sudando el 25%.

Salí del tren, avisé de mi llegada, y me quedé esperando sentado en el andén. Un par de canciones más tarde, ahí estaba. Había venido en bicicleta para llegar más rápido. A lo mejor él también estaba nervioso. Se me dibujaba una sonrisa tonta mientras me acercaba a saludarle. Intenté ocultarla sin éxito, evidentemente. Lo bueno es que se le contagió.

Volvimos a juntar nuestros labios, y el centrifugado de mi estómago terminó. En ese momento sabía que, locura o no, había hecho lo correcto. Había seguido a mis instintos y, mientras subíamos la interminable cuesta que llevaba a su casa sabía que, ocurriera lo que ocurriera, no me arrepentiría nunca.

Quizás era el calor, las canciones de amor que había escuchado, o el accidentado viaje en cercanías. Quizás había sido el beso, a lo mejor la conversación del día anterior. Quizás era pronto, pero...

¿Sería este el principio de la historia de mi amor de verano?


miércoles, 14 de agosto de 2013

AMOR DE VERANO.

INTRODUCCIÓN.

Debería ser considerado ciencia exacta el fenómeno que sucede cada año en la época estival. Como animales que somos, aunque intentemos ocultarlo a veces en sociedad (y de mala forma), sale el sol después de una fresca primavera, y nosotros con él. Como borregos. Lo esperamos, nos preparamos, lo perseguimos y acabamos entregándonos a él.

Pantalones cortos, camisetas de manga hueca, colorines, gafas espejadas, pulseras flúor... El objetivo es enseñarnos al mundo, hacernos notar, rozarnos, besarnos... Y acaba ocurriendo. Ciencia exacta, como decía, esta de enamorarse en verano. ¿O se van a mentir a ustedes mismos jurándose que nunca les ha ocurrido?
No cuela.

El problema viene después, con el tan lejano otoño. Y es que, contrario a lo que muchos esperamos, llega. Y el sol vuelve a ser intermitente, y nos tapamos, y nos encerramos en nosotros mismos y, finalmente, el Sol no sale.
¿Para siempre?

Continuará...



martes, 18 de junio de 2013

Rosa alucinógeno.

Como siempre, todo acaba aquí. Entre papel, tinta y lágrimas; o entre teclas, pantalla y lágrimas. Espero no electrocutarme.
Y, es que al final, ¿qué mejor que algo efímero para hablar de otra cosa efímera? Dicen que las palabras se las lleva el viento y, por experiencia, puedo decir que los sentimientos no encontrados parece que también. Aunque siempre es más fácil dejar ir una palabra que un sentimiento, todo sea dicho.
Pero, ¿podemos echar de menos algo que no hemos tenido? Parece que sí, y con sentimientos no encontrados me refería precisamente a esto. ¿O hay algo más bonito que imaginarte al lado de ese alguien en cada una de las posibles situaciones que podrían compartir cuando aún siquiera han tenido una conversación mucho más allá del tan recurrente "qué te cuentas"? Si tú me preguntaras, probablemente te contaría las ganas que tengo de ver tus ojos grises en un primer plano, de agarrarte la mano y sentir como la aprietas contra la tuya, de tirarte del pelo mientras te beso a cámara lenta...
Mientras, sigo imaginándome lo que sería capaz de hacer si eso ocurriera. ¿Idealizamos el amor hacia otra persona cuando sabemos que no podemos tenerlo? ¿Cómo llamarlo amor si nunca ocurrió? Pero, ¿cómo llamarlo si no? ¿Alucinación sentimental? ¿Magnetismo imposible?
Tus preguntas, sin embargo, no llegan. Y aquello que imagino en mis ratos muertos, y mientras sueño, parece que tampoco. ¿Qué echaré de menos entonces? El recuerdo de aquello que imaginé que seríamos pero que nunca llegaremos a ser. Si me preguntaras, eso te respondería.
Echaré de menos imaginarnos corriendo bajo la lluvia de Madrid en busca de cobijo para después acabar quitándote la ropa mojada y terminar secándotela del calor que desprenderíamos. Echaré de menos los besos que nunca te robé, las películas que nunca vimos, las canciones que nunca te dediqué.
Así que dejaré ir todos esos no recuerdos, y los guardaré en la caja de los "no encontrados", o de "imaginarios". Al lado de los sí recuerdos de tu sonrisa, de tu voz y de tus ojos. Al menos esos siempre sabré que los tuve, al menos sé que dentro de toda esta locura que recorre mi cuerpo, tú eras real. Que tú eras enfermedad y antídoto, y es que estar loco a veces es bonito.
Si tú me preguntaras, diría que esto es la historia de un amor imposible.


lunes, 4 de marzo de 2013

"Fa (mi)^2 lia"


Las eternas goteras que venían sufriendo desde hace tiempo en su casa acabaron por derrumbar el tejado. Supongo que eso es lo que ocurre cuando la casa empieza a construirse por esa misma parte. Aunque a Fito y a sus fitipaldis les salió bien la jugada, a veces, y solo a veces, es necesario empezar por el principio.
Cuando ya el tiempo ha pasado y puede observarse, con perspectiva, la situación en general, podemos empezar a preguntarnos qué fue lo que salió mal. Pero, ¿acaso salió algo bueno de esto?
Las paredes de hormigón son muy duras, pero nuestra cabezonería y tozudez son también muy capaces de echarlas abajo. Por muchas veces que nos demos de bruces contra ellas tras seguir negándonos a hacer las cosas de diferente forma, ya sea por pereza o por el motivo que sea, y por mucho que suframos con cada golpe que nos peguemos, la pared de hormigón siempre cede. Pero no te equivoques; no has ganado, sino todo lo contrario.
Pierdes. Y, aunque romper una pared de pintura descascarillada, llena de humedad y telaraña no supone un inmediato derrumbamiento de una vivienda, sí la convierte en una con más papeletas para ello. No sé cuántas paredes más quedan para hacer ceder el resto de esta casa. No confundir nunca con hogar.
¿Que a qué huele un lugar en el que se depositan ilusiones y buenas intenciones para verse convertidas en llanto y decepción? A frustración, a impotencia, a podrido...
A muerto.
Y solo con el hedor que esta casa desprende, ni siquiera hace falta que nos fijemos en su ausencia de tejado. Entrar en ella cada día cuesta más. Al final, sus habitantes, acostumbrados a la lúgubre ambientación y al fétido olor, acaban por acomodarse en lo inhóspito. Dicen que nada cuesta más que hacerse a algo nuevo, desconocido; pero, ¿hasta qué punto?
¿Hasta qué punto seguirán aguantando los cimientos de esta casa? ¿Vencerán las paredes contra las cabezas, o serán esas mismas paredes las que entierren entre escombros a los dueños de esas cabezas perdedoras?
Quizás tenga demasiadas preguntas sin respuesta, pero lo que sé con certeza es que se acabó. Algunos preferirán llamarme mimado, otros inconformista... Puede ser. Sí, la cabezonería echa abajo paredes de hormigón, pero a mi me hace más fuerte. Aunque ahora mismo me sienta de cualquier forma, salvo fuerte. Y, sin tomar ejemplo de las paredes, aunque también con pintura descascarillada y con alguna tubería rota, no pienso venirme abajo.
Construir algo no da derecho a demolerlo, y tú no tienes derecho a seguir con esta vorágine de autodestrucción. Más que nada, porque lastimándote a ti misma, lastimas a los demás.
Llegados a este punto, ¿qué se hace? ¿Se gastan las reservas de ilusión en chapa y pintura para la remodelación, o adquirimos una nueva propiedad para nosotros solos en la que lo único que quede del pasado sean las lecciones aprendidas?
Porque, al contrario de la arquitectura común, la de la vida no se enseña en ninguna parte. Así que ya que somos autodidactas, podríamos empezar por aprender de nuestros errores.
Nunca es tarde.


martes, 26 de febrero de 2013

Ya volveré el año que viene...

Se despidió sin más... Y últimamente cuando lo hace, tarda más en volver de lo que solía. Con el tiempo, he ido acostumbrándome a su intermitencia. Pasan los días y creo que ya no la echo de menos. Sin embargo, a ti sí.
A lo mejor el fallo es siempre el mismo: conservarlos a ambos al mismo tiempo. Pero, ¿realmente es posible concebir uno sin la otra?
Amor sin ilusión.

Apareces y me olvido de mi. Error.
Llámame mutante... una y otra vez.



domingo, 13 de enero de 2013

Adelante.

A veces hace falta volver adonde creíamos ser felices para darnos cuenta de que todo cambia. Más bien, para darnos cuenta de que nosotros cambiamos. Y es que, en ese lugar llamado hogar, nunca hubo calor, nunca hubo amor... o, al menos, no se sintió.
Pero no podemos evitarlo, queremos sentirnos orgullosos de aquello que hemos dejado atrás, y la distancia y el tiempo son unos buenos alicientes para convertir todo aquello, que nos dio más penas que alegrías, en algo mitificado. Volver siempre supone encontrarse una vez más con la humedad en las paredes, con agujeros en las mantas y telarañas en cada esquina, con ese familiar olor a una mezcla entre pretension y podrido.
Olor familiar.
Y, cuando creías que echabas de menos todo eso que formaba parte de tu vida, te das cuenta de que, sí, siempre echarás de menos eso que te hubiera gustado que fuera. Esa idealización que te empeñas en que sustituya a la realidad. Quizás por eso, también, las ganas de volver siempre son las mismas, porque nunca pierdes la esperanza de que, al igual que tú cambias, los demás también lo hagan... pero nunca ocurre. Lo peor es que no dejaré de sorprenderme.

- Sal de aquí, -me dicen-.
- Y, ¿dónde voy?

...

- ADELANTE. Siempre hacia adelante.


Microrrelato Metro de Madrid


Y, mientras Pepito Grillo y yo manteníamos una conversación, no podía quitarle los ojos de encima. No sé quién dijo que París era la ciudad del amor, pero estaba claro que no se había montado en la línea tres del metro de Madrid.

"Próxima estación: Callao. Correspondencia con: línea cinco"

Iba observando como se levantaba para salir del vagón a la vez que me preguntaba si volvería a verlo. Paradójicamente, Sol era la estrella bajo la que me hubiera encantado pasear agarrado a su brazo. Sin embargo, seguía viviendo en el pasado y permanecí callado.
Me había vuelto a ocurrir.