Con el final de año llegaron los típicos propósitos que nos
hacemos para no cumplir. Y pese a que él quería con todas sus fuerzas empezar
a escribir en su diario, se estaba acercando el verano y no había sido capaz de,
siquiera, ir a comprar uno en el que empezar a plasmar sus pensamientos. O esa
era la excusa que se daba a sí mismo para guardárselos todos.
Y, aunque era consciente de que no era necesario tener un libro
para anotar sus ideas, había descubierto la otra cara de la moneda. Cansado de
dar la cara siempre, optó por la cruz, aquella que siempre le tocaba a él
cuando lo echaba a suertes. Cansado de las derrotas, le pareció la mejor opción.
Lo que no sabía era que, cuando se cedía al cansancio, se abrazaba al desgaste.
El mundo ya estaba lleno de seres con el corazón marchito.
De esos que ni siquiera la primavera podía llegar a hacer florecer, porque ya
ni su terreno era fértil. Desgaste. Fue cuando calló en la cuenta de que a lo
mejor ya existían demasiados seres con el corazón desgastado y que, a lo mejor
también, aunque llenarse de abono para florecer en primavera y lucir palmito en
verano acabara siendo sinónimo de pasar un frío y largo invierno, eso era lo
que estaba destinado a hacer si quería ser feliz consigo mismo y mantenerse fiel
a sus pensamientos y a su forma de ver la vida.
Así que se llenó de valor y optó por el camino difícil, que
es por el que le habían enseñado a caminar si lo que quería era obtener buenos
resultados. Pasó por la tienda de jardinería esa misma tarde en la que se
inundó de preguntas y, al llegar a casa, se echó el saco de abono por encima.
No sin antes pasar por la papelería a por el que, se había prometido, no sería
el primer diario que escribiría.
Por la noche, a la luz de sus dos velas aromáticas, encajó
el bolígrafo en una de las páginas de su nuevo diario a modo de marca libros.
Dejó el cuadernillo sobre su mesa de noche, sopló las velas y, mientras un olor
a lavanda iba llenando la habitación a la par que se le cerraban los ojos,
también se le esbozó una tímida sonrisa en los labios. Probablemente se tratara
de los primeros brotes que, gracias a la inundación de preguntas y al valor de echarse ese pestilente abono por encima, se estaban produciendo de nuevo en su corazón que,
le llevaran a donde le llevaran, sería un lugar mejor que aquel en el que no
sentía y no se daba explicaciones a sí mismo.
Ya en su sueño, se atrevió a volver a lanzar una moneda al
aire.