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domingo, 30 de diciembre de 2012

Conciencia

Del salón a la cocina, y de la cocina a la azotea.
De tu tristeza, tus vicios, y de tus vicios, tus penas.
De tus vicios, mis alegrías, pero también mi tristeza.
Tu incapacidad, mi conciencia.
Mi amor, tu tragedia.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Juan

Siempre acompañado, Juan se encuentra sentado en su balcón. Ese desde el que, en los tiempos en los que jugaba al escondite con mis amigos, nos tiraba chapas y gritaba para reírse de nosotros.
Juan ya no tira chapas por su balcón.
Siempre acompañado, Juan se mete debajo de la ducha obligado. No quiere moverse, ni siquiera quiere salir de su casa. ¿Para qué? Se preguntará a sí mismo. Pero nadie lo entiende, y él grita.
Juan ya no canturrea debajo del agua mientras se ducha.
Siempre acompañado, Juan se sienta en la terraza. La misma terraza que él ayudaba a montar todas las mañanas, sin embargo, ahora, si se quiere mover, tiene que pedir permiso. No sabe dónde quiere ir. O sí, pero luego se olvida.
Juan ya no trabaja, ahora trabajan para él.

Siempre en su mundo, Juan me cogía de la mano y me llevaba al mercado. Al atravesar la concurrida calle, y en medio de una masa de gente, me soltaba la mano para que le siguiera mientras se recorría todo el mercado en busca de las frutas, hortalizas y verduras más baratas de toda la isla. Mientras tanto, yo me veía rodeado de un montón de gente que no había visto en mi vida y lo perdía de vista. Con lágrimas en los ojos, me ponía a gritar su nombre hasta que, finalmente, lo encontraba.
Juan se escondía, quería verme madurar.
Siempre en su mundo, y satisfecho con la compra que había hecho (y todo lo que había ahorrado), Juan llegaba al bar sin saber que me iba a hacer un regalo. La primera vez, fueron cangrejos y langostas a las que les puse nombre y todo. La desilusión me la llevé cuando, a la semana siguiente, mis nuevas mascotas habían desaparecido y Juan se estaba comiendo, para almorzar, una gran langosta. Esta vez, en una de las hojas de la lechuga, había un gusano. En ese momento, yo volvía a ser feliz porque volvía a tener una mascota, pero la lechuga no corrió la misma suerte, y mi padre no estaba tan contento como yo.
Juan había ganado la lotería, pero él no se gastaba un duro.

Es, cuanto menos, paradójico, el deseo que todos tenemos de vivir para siempre, de vivir muchos años, de llegar a mayores y recordar, con una sonrisa en la cara, nuestra aventura en el mundo, nuestra vida. Pero, ¿de qué sirve vivir y no recordar aquello que nos hizo felices?
¿De qué sirve vivir si dependemos de alguien hasta para ir a hacer pis?
¿De qué sirve vivir si el dinero que habíamos ahorrado durante toda nuestra vida jamás lo podremos gastar?
¿Merece la pena vivir sin vivir?

- ¿Cómo estás Juan?
- ¿Estás bien Juan?
- Pero Juan, ¿por qué no me contestas?
- ¿Te encuentras bien?
+ ¿Por qué eres tan pesada? No acostumbro a hablar con gente que lleva la cremallera abierta.

Quizás no sea la persona más feliz del Universo, pero Juan, a sus casi 90 años, vive. Y te lo puedes encontrar sentado en la terraza del Hotel Madrid. Siempre acompañado, por supuesto. Pero la naturaleza es sabia, y si ella ha decidido sentarle ahí todas las mañanas (con un poco de ayuda, claro), ¿quiénes somos nosotros para cuestionarlo? A veces, un minuto de tu día es el que marca la diferencia y el que hace que merezca la pena ser vivido.


viernes, 12 de octubre de 2012

Solitario

La cantidad de juegos innovadores y modernos que existen ahora para jugar en un teléfono móvil es abrumadora, y yo no me canso de jugar al solitario. A veces no sé si tomármelo como una indirecta que el Universo me quiere mandar. Marta sabrá de lo que hablo.
Era de noche en Madrid, y yo iba como casi siempre iba a todas partes, bajo tierra. En el metro, vamos. Mientras escuchaba música, los gritos de la gente que terminaba de hacer botellón en el andén me irritaban un poco. La víbora que, en ocasiones, quiere sacar lo peor de mi, trataba de hacerme levantar y gritarles que se fueran con la fiesta a otra parte, pero no sucumbí a la hipocresía. Era viernes y la una y media de la mañana, y yo también he gritado mientras hacía botellón en el andén del metro.
Después de que el lado racional de mi persona, del que tantas veces huyo, se encargara de hacerme entrar en razón, valga la redundancia, subí el volumen de mis auriculares, con cuidado de no quedarme sordo y de no hacer evidente, para las chicas que tenía sentadas al lado, la música que escuchaba, e inicié una nueva partida en el solitario. Solitario yo también, comencé a hacer comparaciones metafóricas entre el propio juego y el amor.
Sin mucho éxito, me di cuenta de que lo mío ya rozaba la enfermedad. Si estar desesperado por encontrar una persona que te entienda con solo una mirada no era una, yo estaba a punto de convertirlo. Lo que sí era cierto era que, no importaba las veces que una partida al solitario me fuera mal, siempre quería jugar otra. Y, después, otra, y otra, y otra, y otra... Aunque los comodines no me salieran para poder abrir mi juego, aunque no tuviera hueco donde colocar las cuatro K. No me importaba las veces que las cartas jugaran en mi contra, siempre quería volver a intentarlo.
En el amor me pasaba lo mismo, solo que todavía, en ese juego, no había tenido la fortuna de ganar. Ya sabes lo que dicen por ahí: "afortunado en el juego...". Sin embargo, ahí seguía, perdiendo partidas, reiniciando el juego y tan solitario como de costumbre.
Pero lo volví a intentar.





miércoles, 15 de agosto de 2012

Open 24h

Estaba tan tranquilo viendo una entrevista de una de mis cantantes preferidas en youtube y dijo algo que de inmediato hizo que me pusiera a pensar.
Lo cierto es que tú no estabas aquí en ese momento, y aunque hubieses estado no creo que hubiese tenido el valor de decirte nada. Muchas veces callamos, y morimos por hablar y por preguntar. Sin embargo, callamos. Callamos porque preferimos no saber nada a preguntar y que nos respondan lo que no queremos oír, lo que nuestra voz interior ya nos dice cuando nuestra ilusión discute con ella.

"Tu corazón sana cuando eres capaz de amar de nuevo"

La verdad es que sería demasiado precipitado afirmar que lo que siento es amor, a pesar de nuestros ya múltiples encuentros pero, como hoy comenté con una amiga, ¿qué significa el sexo para la gente hoy en día? Pues nada, eso significa: nada. Una vez más, vuelvo a ser el eslabón perdido y, aunque te esmeraste por hacérmelo saber desde el principio, aquí estoy... deshojando margaritas marchitas. Y no puedo pretender que nuestros encuentros entre sábanas y nuestras fluídas conversaciones cambien la manera en la que te sientes. Sin embargo, lo pretendo.
Como dije, no estabas aquí cuando vi el vídeo de la entrevista y la cantante que tanto me gusta dijo esa frase que he puesto entre comillas, en cursiva y centrada en el texto. Mientras estabas de viaje, y tras nuestra charla previa a él, esperaba que te pasara algo que te hiciera cambiar la perspectiva con la que ves las cosas. Se supone que era de ese tipo de viajes, de esos que te marcan, de esos que vuelven majara a algunos. Yo, de lo contrario, esperaba que ese viaje, de alguna manera, te hiciera empezar a quererme.

Nunca pensé que conseguiría salir de la espiral de sentimientos en la que me había sumergido hacía ya bastante tiempo, pero lo hice. Mi corazón ha sanado y no ha tardado en encontrar una nueva presa. Aunque, al final, su víctima siempre sea yo. 
Quizás te agobie, quizás ni siquiera pienses, como yo, en cada una de las veces que estuvimos juntos bajo las estrellas, en cada beso, en cada palabra... Pero así de ñoño me sale ser a mí, aunque solo sea con alguien que le tenga miedo al compromiso, aunque mi teoría es otra. Claro que mi ilusión vuelve a rebatir a mi voz interior. No se llevan muy bien, ¿sabes?
Dicen que, cuando se abrió la Caja de Pandora, solo quedó dentro de ella una cosa: la esperanza. De esperanza vamos tirando los humanos, pero Harvey Milk me convenció de que es cierto que no se puede vivir solo de la esperanza. Y lo cierto es que sigo con la esperanza de que ese viaje haya conseguido encender el interruptor de tu corazón, con la esperanza de que, aun con todas las imperfecciones del mundo, veas que daría lo que fuera por intentar sacarte una sonrisa todos los días, por preguntarte qué tal te ha ido en el trabajo... Pero tus actos ya hablan por ti, y lo peor es que no puedo reprocharte nada porque ya me avisaste.
¿Y quién avisó a mi corazón?

Si solo me dejaras hueco por el que pasar... Soy un chico con recursos, pero la verdad es que has conseguido que los agote todos, y por el único sitio que me dejas entrar es por tus piernas. Abiertas siempre que las necesite, abiertas siempre que a ti te apetezca. El problema es que yo no elijo cuándo abrir y cerrar mi corazón, la ilusión es una entrometida, ya lo conoces. Se le mete algo en la cabeza y no hay nada que la detenga. Y me desespera, pero qué bonita es la sensación esa de sentirse vivo, aunque vulnerable. La sensación de tener ganas de luchar por algo que sabes que te va a costar sudor y, más probablemente, lágrimas.
Supongo que es lo que me mantiene vivo ahora mismo, y la verdad a lo mejor está sobrevalorada.
Pero bueno, digo yo que si la cantante que tanto me gusta superó la ruptura con su novio escribiendo un disco y vendiendo millones de él, a lo mejor yo consigo abrir ese pasillito en tu curiosidad al que le pique conocerme un poco más con esto que escribo. A lo mejor tu pesado y persistente miedo se ve atormentado por la persistencia de mi ilusión y se marcha a otra parte.
Sea como sea, mi corazón no puede aguantar abierto las veinticuatro horas del día si no recibe visitas porque su motor necesita de esperanza para seguir en funcionamiento, y como bien tiene que saber alguien de tu cargo, la esperanza es algo que pocos se pueden permitir en tiempos de crisis.
La pena es que tú no superes la tuya, porque no me importaría volver a vivir en una burbuja inmobiliaria, mientras sea a tu lado.
¿Qué importa lo demás?


viernes, 15 de junio de 2012

Defecto Fatal.

"Cuanto más cambian las cosas, más siguen igual."
No sé quién fue el primero que lo dijo, Shakespeare, probablemente, o, quizás, Sting... Pero, de momento, es la frase que mejor explica mi defecto fatal: mi incapacidad para cambiar.
No creo que sea el único. Cuanto más conozco a otras personas, más me doy cuenta de que todos tenemos ese defecto: quedarnos exactamente igual todo el tiempo que sea posible, quedarnos inmóviles. Te hace sentir mejor y, si sufres, al menos el dolor es familiar. Porque si sigues esa brizna de esperanza, sales de tu cueva, haces algo inesperado... quién sabe qué otras angustias puede haber fuera. Podría ser aún peor. Mantienes tu Status Quo, eliges el camino que ya conoces y no parece tan malo.No encuentras los defectos: no eres un drogadicto, no has matado a nadie... excepto puede que a ti mismo.
Cuando, finalmente, cambiamos, no creo que sea como un terremoto o una explosión. No creo que, de repente, seamos otra persona. Creo que es más sutil, algo que la mayoría de la gente no nota, a menos que se fije muchísimo, lo cual, gracias a Dios, nunca hace.
Pero tú lo notas. En tu interior, ese cambio es todo un mundo, y esperas que esa sea la persona que vas a ser para siempre. No tener que volver a cambiar nunca.


Everwood

jueves, 24 de mayo de 2012

Naranananá.

Era un chico caprichoso que, en su interior, sostenía el peso del mundo. La vida era una carretera tormentosa, y aprendí muchas cosas que los pequeños no deberían saber.
...pero cerraba los ojos, manteniendo los pies firmes sobre la tierra mientras elevaba mi cabeza al cielo. Y, aunque el tiempo pasa, todavía me siento como un niño cuando miro a la luna ...a lo mejor crecí demasiado pronto.
Es gracioso como se puede aprender a entumecer la locura, bloqueándola. Dejé lo peor sin decir, disipándolo... E intenté olvidar mientras cerraba los ojos, manteniendo los pies firmes sobre la tierra, elevando mi cabeza al cielo. Y, aunque el tiempo pasa, todavía me siento como un niño pequeño cuando miro a la luna ...a lo mejor crecí demasiado pronto.
Me acerqué al precipicio, totalmente inconsciente de que podría llegar a caer en él... Una parte de mi nunca será capaz de sentirse estable. Ese híbrido entre hombre y niño, agitado por dentro, estaba a punto de desmayarse; pero, por suerte, desperté a tiempo.
Ángel de la Guardia, navegas a mi lado en este océano. Las nubes anaranjadas siguen su camino transformándose en ti. Y todavía estás vivo. Siempre estás vivo.
Y, mientras cierro mis ojos una vez más, vuelvo a mantener los pies bien firmes en la tierra, y elevo mi cabeza al cielo. Y, aunque el tiempo pasa, todavía me siento como un niño al mirar a la luna.


...a lo mejor crecí demasiado pronto.




jueves, 17 de mayo de 2012

El País de las Maravillas.

...
No supo cómo su día dio un giro de 360º. Bueno, en realidad si lo sabía, la razón era ella. Siempre la había admirado, y desde que tuvo la oportunidad de conocerla a fondo, aún más.
Era de esas personas que tanto le costaba encontrar... Una persona cuya compañía nunca podría llegar a cansarle, una persona que conseguía hacerle reír aunque las situaciones de ese mismo día se hubiesen encargado de hacerle olvidar tal verbo. A su lado, se sentía afortunado a la vez que desdichado. Era injusto que ambos se privasen, durante años, de sus respectivas compañías por asuntos que no tendrían que afectar la relación de dos niños de su edad. Pero ya no eran niños.




Mientras bajaba por la Gran Vía, y tras haberse despedido de su hermana, aprovechaba para admirar la majestuosidad de los edificios del centro madrileño. El caos que azotaba a la ciudad a esas horas de la noche y el ruido de los coches, le incitaron a sumergirse en su música. Así que, sin pensárselo dos veces, conectó sus auriculares a su teléfono móvil, imaginándose, como tantas otras veces, que era el protagonista de un videoclip.
Podría haber cogido el metro, pero prefería ir disfrutando de la cálida noche de verano que la primavera ofrecía en la capital, lo que le ayudó a retomar el contacto con su mundo interior. Mundo de dudas. Mundo de inseguridades. Mundo de arrepentimientos. Mundo de odio... Su peor enemigo.
Seguía preguntándose, como siempre hacía, cuándo sería que alguien pudiese ver a través de él como si de agua se tratara. Sabía que su imagen era capaz de confundir la percepción de la gente respecto a su persona, pero si él no se dejaba llevar por las primeras apariencias nunca, no quería a su lado a nadie que sí lo hiciera. A lo mejor ése era su problema.

- "Políticamente incorrecto, sentimentalmente correcto", pensó para sí.

En realidad, lo que se llevaba en su mundo era eso de ser políticamente correcto, aunque sentimentalmente incorrecto. Luego, muchos se atrevían a llamarle malcriado. A él no podía importarle menos. En realidad, aunque sabía que pocos eran los que le entendían a la perfección, sus más allegados sabían que no era una mala persona y, por más que una panda de desconocidos pudiera decir lo contrario, él sabía bien a lo que atenerse. O no.
Estaba cansado de que su manera de ser le diese tantos problemas. El cambio era una opción pero, ¿se traicionaría a él mismo? ¿Realmente era posible llegar a cambiar a ser algo que él mismo odiaría ser solo por encajar? Cada día lo veía menos claro.
Ya se encontraba por el emblemático Café Jamaica, girando a Princesa, cuando la gran balada del CD que no había parado de escuchar durante los últimos cuatro días terminó. Se dio cuenta de que, inconscientemente, la triste canción había nublado sus pensamientos con sus temores e inseguridades. Según empezó a sonar la siguiente, esbozó una sonrisa. Una sonrisa que casi llega a convertirse en carcajada cuando se dio cuenta de que, hace escasos segundos, estaba fundido en una gran batalla interior. A lo mejor era bipolar.
Sabía que los problemas que la balada sacó a relucir, volverían a ver la luz tarde o temprano. Más temprano que tarde, probablemente. Pero, aun así, decidió disfrutar del tiempo que fuera que le quedaba en "Wonderland", el título de la canción que le hizo sonreír.
Se acordó de su hermana y, de repente, sintió ese cosquilleo que le daba cuando algo le hacía feliz. Era consciente de que esa felicidad era tan efímera como la sonrisa que se le había esbozado previamente, pero decidió aprovecharla al máximo.
Una vez en la cama, sus predicciones se cumplieron.



...pero volvió a soñar.

lunes, 7 de mayo de 2012

Looking in.

Me ves, y me visualizas como el chico que vive en el mundo dorado, pero no te crees que eso sea todo lo que hay que ver. Nunca llegarás a conocer al verdadero yo.
Sonríe através de mil llantos, mientras oculta sus miedos adolescentes. Sueña con todo lo que nunca será y vadea por sus inseguridades... Se esconde en mi.
No digas que lo da todo por sentado, soy muy consciente de todo lo que tengo... No digas que soy desagradecido, por favor, entiéndelo.
Parece como si siempre haya sido alguien mirándome desde fuera... Pues aquí estoy, para que todos me vean sangrar. Pero no pueden quitarme el corazón ni hacer que me ponga de rodillas.
Nunca llegarán a conocer al verdadero yo.


domingo, 6 de mayo de 2012

Felicidades, mamá.

Nuestra relación siempre ha sido un camino lleno de baches y piedras, pero lo que vale la pena nunca es fácil. Quizás no ha estado ahí siempre que lo he necesitado, ha actuado de manera egoísta, me ha contestado mal... Exactamente igual que yo a ella, seguro.
Tendemos a mirar a nuestros padres como Dioses exentos de cualquier defecto, cuando la realidad es que son de todo, menos perfectos.
Por eso, mi relación con mi madre es especial. No sé si será la mejor del mundo, pero a mi me ha enseñado que la perfección es cosa de otro mundo, y creo que no hay lección más importante que esa.
Gracias por intentarlo, que sé que lo haces, y por ser mi amiga, más que mi madre. Deberíamos decir esto más a menudo, pero las convencionalidades son lo que tienen, así que:
Feliz día mamá. Te quiero.




jueves, 3 de mayo de 2012

Sombras


Me envuelven. Ya no solo son eso que proyecto al espacio cuando me pongo contra la luz, sino que se han convertido en lo que soy. Vivo en ellas.
Y no es que me haya vuelto gótico ni nada de eso, aunque lo que escribo tenga un ligero aire a las letras de las canciones de metal, sino que parece que todo lo malo que me ha marcado a lo largo de estos años no ha cicatrizado todo lo bien que yo pensaba. Porque todos cambiamos, es algo natural; nada es hoy igual que ayer. Lo que pasa es que no esperamos que esos cambios saquen a relucir nuestras partes más oscuras, nuestros temores... Y eso es lo que me está pasando a mi. No pensaba que expresar sentimientos costase tanto.
Para variar, el otro día, decidí ir a clase y, esperando ser sermoneado como de costumbre, me lleve una grata sorpresa al verme entretenido y atendiendo a lo que mis profesores estaban diciendo. Una de ellas centró su clase en todos nosotros, los seres humanos, y en cómo hemos empezado a guardar nuestros sentimientos detrás de todas las tecnologías que nos rodean. Las personas nos fallan, la televisión siempre va a estar ahí cuando quieras ver algo y, cuando no te interese, puedes cambiar de canal. Lo mismo con tu reproductor de música, con tu ordenador... Las personas fallamos constantemente y, a la larga, puede que empecemos a fallarnos a nosotros mismos y a lo que verdaderamente sentimos.
Siempre fui de los que criticó a todos aquellos que no hacían sino gruñir, quejarse, y justificar su comportamiento actual en sus vivencias del pasado. ¿No se supone que hay que madurar, dejar el pasado atrás y ser todo aquello que nos gustaría ser y no lo que criticamos? Supongo que esto es algo solo al alcance de aquellos que tienen suerte y un poquito de voluntad... Y culparía de todo esto a los claros responsables de que yo, hoy por hoy, sea así, pero la realidad es que el principal culpable de todo soy yo.
No hay síntoma de debilidad más claro que el dejarse influir por lo que otras personas te digan o te hagan... debe ser que no soy todo lo fuerte que me creí en su momento. Cada vez se me hace más difícil acordarme de quién soy y de lo que quiero, pero las compañías no ayudan, o a lo mejor no se dan ni cuenta. Cuando nadie te dice lo que haces mal, es más difícil mejorar; aunque también es verdad que muchas veces prefiero hacerme el sordo, además del ciego. A lo mejor he conseguido enajenar indiferencia, exactamente la misma que parece que siento por mi mismo.
Dicen que, en los tiempos más difíciles, se produce el cambio. Quizás soy ingenuo al pensar que esto es un tiempo difícil, quizás estoy en lo cierto. Pero lo que sé es que el cambio ha de darse ya... y no es fácil. No es fácil dejar hablar a tu cabeza antes que a tu corazón, aunque tu corazón en realidad sienta lo que te dice tu cabeza, por mucho en que me empeñe en demostrar lo contrario. Y se hace todavía más difícil cuando le cuento mis problemas a un ordenador en vez de a una persona. Parece que mi profesora tenía razón...
Sinceramente, no sé qué es lo que espero de los demás cuando pretendo que entiendan justo lo contrario de lo que parece que quiero que entiendan. Ahí están de nuevo mis sombras, pero esta vez no dejaré que me saquen lo mejor de mi.
El cambio va a llegar.

jueves, 12 de abril de 2012

Click.

Sin más. Como cuando le das al interruptor de tu cuarto y, sin que te dé tiempo a pestañear, se apaga la luz. Solo que esta vez lo sentí dentro de mi; puede que hasta se pueda parecer al interruptor vampírico que tienen los chupasangre en The Vampire Diaries para mantener callada cualquier tipo de humanidad que puedan llegar a sentir, serie que, últimamente, no paro de ver.
A lo mejor es mi actitud quinceañera, mis contestaciones ligeramente sinceras o mi forma curiosa de demostrar afecto y cariño... Pero si miras más allá de todas las formalidades, que no sé si alguna vez te paras a pensar en ello, igual ves que siempre estoy a tu lado. No te voy a engañar diciéndote que siempre esté en lo correcto, porque además me estaría engañando a mi mismo, pero si te voy a decir que lo hago con toda la buena intención del mundo. Porque me importas y porque te quiero. O al menos antes lo hacía.
Eso se hace por los amigos, ¿no? No espero que todas las noches o todos los días me des las gracias por las cosas que he podido hacer por ti, que a lo mejor se pueden hacer incluso más, simplemente quiero que, aunque seamos amigos, no des por hecho que me voy a comportar de la misma manera siempre, aunque tú no hagas nada por mi. Es triste, pero cierto, y volvemos otra vez al tema de la decepción: a nadie le importa ayudar a alguien a quien aprecia, pero nos gusta pensar que eso podría potenciar la buena intención de la otra persona cuando nos encontremos en la misma situación, o en una parecida, en la que ellos estaban.
Porque es muy bonito dar, pero también nos gusta recibir. Y no, no hablo del sexo, que siempre estamos pensando en lo mismo. Hablo de la sensación de sentirte querido por alguna amistad, sin la necesidad de tener que exigir nada a la otra parte, porque le sale solo. El sentimiento de unidad. Los silencios. O, ¿acaso hay algo más bonito que compartir silencios?
Dicen que, para pensar con claridad, hay que tener perspectiva, hay que ver las cosas desde lejos. Tratándose de ti y de mi, no es que pueda alejarme mucho, pero como se supone que me importa, trato de ser lo más objetivo del mundo. Y, a veces, no sé si me da pena o me hace gracia, pero deberías darte cuenta de que no hay nadie en el mundo (exceptuando a tu familia, imagino) que se preocupe más por ti que yo. Pero no sé cómo te las arreglas para que sienta que cada cosa que me salga hacer a tu favor, parezca ser en vano.
Llámalo envidia si quieres, pero lo que más me molesta no es que sean en vano, sino que todo lo que no haces por mi lo haces por personas que no merecen tanto la pena como yo. A lo mejor la falta de perspectiva ya se está notando, y sabes que no suelo ser para nada creído, pero si hay algo que tengo claro es que nadie te conoce igual de bien que yo. Sin embargo, ¿tú me conoces? Cada día estoy más convencido de que no es así.
Y como la amistad no es algo que tenga que exigirse, como ya dije más arriba, no pienso exigirte absolutamente nada. Supongo que, simplemente, apagaré el interruptor. A lo mejor así te das cuenta de que algo te falta... o a lo mejor no. Pero, en ese caso, aunque con lágrimas en los ojos, sabré que he estado equivocado todo este tiempo.

Click.

¿De qué estábamos hablando?


martes, 10 de abril de 2012

¡Otro Gyntonic, por favor!


El tema de conversación por excelencia, con o sin alcohol de por medio, siempre es el mismo: sexo o, en su defecto, amor. Esa noche, con gyntonics de por medio por cierto, no podía ser menos. Fue ahí, en esa conversación, donde pude descubrir más de la personalidad de aquellas dos personas con las que estaba hablando que en todo el tiempo que llevaba conociéndoles.
Llegué a la conclusión de que, por mucho que la gente trate de mentalizarse de que la mejor cura a la decepción es no esperar nada de nadie, esa es una tarea casi imposible para todo ser con un mínimo de humanidad. Estamos destinados a confiar en alguien, aunque solo sea una persona... Y precisamente por eso, como por ello peligra nuestra integridad y nuestra más celosa intimidad, tenemos miedo a que nos defrauden, a que nos decepcionen. Algo que hacen más a menudo de lo que nos gustaría.
Él decía, mientras bebía un sorbo de su vaso y se ponía las botas en su fuero interno pensando en cuántos penes tocaría esa noche, que no estaba destinado a compartir su vida con nadie, que lo intentó una vez y se vio muy agobiado. Lo decía con tal convicción que aún estoy pensando, semanas después, si creerle o no. Lo cierto es que, a pesar de no ser ningún experto en el tema del amor y haber salido perdiendo la única vez que tuve la oportunidad de beber un sorbo de él, sentí pena. Sentí pena porque, aunque yo ya hacía tiempo que no sentía nada parecido a lo que una vez sentí por alguien, sé qué era lo que se sentía estando enamorado... Por lo que él me dio a entender, jamás había estado cerca del amor, pero ¿hasta qué punto era eso cierto? Y, si lo era, ¿cómo es posible que tuviera tan claro que no quería algo que nunca había experimentado? Aun teniendo tantas preguntas, no le hice ninguna, pues no creía que fuese la persona idónea para andar dando lecciones de nada. Yo, que había cambiado los sorbos de amor por sorbos de Gyntonic y que, paradójicamente, también estaba pensando en cuántos penes me tocaría conocer esa noche.
Ella, por el contrario, lo veía todo de una manera muy sistemática. Hablaba de haber conocido a un par de chicos con la idea predeterminada de acabar pronto lo que fuera que tuvieran. Pensaba que aún era demasiado joven para atarse a alguien y que, cuando se acercase más a la treintena, pensaría más seriamente en intentar formar parte de la vida de alguien. Tenía muchas preguntas, pero por el mismo motivo que a él no se las hice, a ella tampoco. ¿Iba a dejar escapar al amor de su vida, en el caso de que apareciera, solo porque era “demasiado joven para atarse a alguien”? ¿Cómo estaba tan segura de que justo a los 30 aparecería esa persona tan especial?
En el fondo sabía que todas mis preguntas tenían una respuesta muy simple: miedo. Ambos intentaban alejarse al máximo de la idea de enamorarse de alguien porque, para ello, se necesita confiar en otra persona al cien por cien y, a veces, pesa más la posible idea de la decepción que el remordimiento de no haberlo siquiera intentado.
Innumerables veces oigo “Lo mejor es no esperar nada de nadie, así no te decepcionas. Exígete mucho para poder estar tranquilo contigo mismo, y los demás que hagan lo que quieran”.
No es que quiera llamar mentirosos a las personas que creen esto pero, ¿de verdad es posible dar lo mejor de ti mismo sin esperar nada a cambio? O, peor: ¿de verdad es posible dar lo mejor de ti mismo recibiendo palos por todos lados? Porque, no es por ser interesado, más bien trato de ser realista, pero aunque no esperamos ninguna reacción inmediata a nuestras buenas acciones, sí que esperamos que tengan una repercusión en la vida de la gente que nos rodea, aunque solo sea en la manera en la que te tratan, en la manera en la que te miran, en lo que sienten por ti.
Con tanta pregunta no sé si entregarme por completo a la bebida, o seguir a la espera de ese alguien digno de mi confianza, resistiéndome a cubrirla con una coraza para evitar que la decepción sea todo lo dura que puede llegar a ser... Porque siempre hay decepción, en menor o en mayor medida.
De momento, creo que me pediré otra copa.


martes, 13 de marzo de 2012

Piezas

Puede que yo también esté infectado por el idílico amor que las películas Disney lleva promoviendo desde tiempos remotos y, por tanto, espere demasiado de él. Aunque, cada día más, la realidad procura que mantenga los pies bien pegados a la tierra; soñar es algo que perjudica seriamente a mi salud. Puede que también la de los que me rodean.
Pese a la similitud de sus efectos con los del tabaco, mis perjudiciales sueños tienen un origen bastante más sano: las naranjas. Aún no entiendo por qué hablamos de ellas refiriéndonos a mitades cuando, en toda frutería que conozco, las venden enteras. Y, respondiendo a la inevitable pregunta, te diré que no, no la he encontrado. Bien parece que, o mi llamada "media naranja" sabe jugar muy bien al escondite, o se ha enterado de lo poco tolerante que soy a su olor siquiera.
Dejando las naranjas a un lado, he llegado a la conclusión de que soy como una de esas llaves que abre una cerradura moderna. Mejor dicho, soy como una de esas cerraduras modernas que necesita una de esas llaves aparatosas y extrañas para ser abierto (aunque no suene del todo bien). Supongo que mi no tan atractiva apariencia y todos los primeros pensamientos que se tengan hacia ella, hacen pensar, a más de una, que su llave no servirá para nada.
Miro a mi alrededor, y me da la sensación de que mi cerradura no es tan complicada de abrir. Me rodea la extravagancia, lo peculiar... y, aún así, parece ser que cada extravagancia encuentra su corriente y que cada peculiar encuentra su común. Cada antónimo encuentra su sinónimo, cada sí encuentra su no, cada blanco se une a su negro... Pero yo no te encuentro a tí.
A lo mejor he de parar de buscar, pero si ya he parado de soñar entonces, ¿qué me queda? Para Forrest Gump la vida era como una caja de bombones, para mí la vida es como un puzzle: todos somos piezas que encajan con otra, todos menos yo. Yo debo ser esa pieza de más, esa pieza incapaz de unirse a otra.
Y, aunque si soy único, no me creo tan especial. Puedo ser difícil en ocasiones, pero igual que el puzzle es un juego que se resuelve con paciencia, yo soy otro. Pero parece ser que la paciencia no es algo que abunde en esta caja en la que me ha tocado jugar. Es posible que, entonces, tenga yo la culpa pero, ¿cómo  estar seguro de que alguien merece la pena si no parece tener una pizca de paciencia?
No te pido que seas mi exacta mitad, solo que nuestros defectos y virtudes se complementen, de tal manera que seamos uno aun siendo dos. Te prometo que merece la pena.
Necesito que me demuestres que valgo la pena.
Necesito soñar despierto.