Powered By Blogger

Vistas de página en total

domingo, 25 de agosto de 2013

AMOR DE VERANO.

CAPÍTULO 1

Según el tren iba aproximándose a la parada de destino, no podía dejar de imaginarme lo que me ocurriría durante las siguientes 36 horas. No podía creer que una simple casualidad hubiera sido el detonante de esta repentina... ¿aventura?

El destino físico era ese que aparecía en los mapas de la red de Cercanías de Madrid, ese de nombre compuesto, alejado de la ciudad, en la sierra madrileña. Pero, ¿cuál era mi destino real? ¿Qué esperaba encontrarme, además de un calor abrasador, una enorme casa y una gran piscina en la que chapotear hasta que la noche cayera?
No tenía ni la más mínima idea.

Por fin era verano, por fin había terminado mis exámenes, por fin hacía calor en Madrid, ese calor asfixiante que tanto echamos en falta cuando en mayo, sin más, viene una ola de frío y nos deja esperando ansiosos que llegue el día en el que todos exclamemos a través de las redes sociales de las que tanto dependemos ahora, medio en queja, medio aliviados: "¡qué calor hace en Madrid!". Ese calor que, tras una semana, acabas aborreciendo.
¿Nos acabaríamos aborreciendo los dos?

Cinco paradas para llegar a mi destino.
No quería reconocérmelo a mi mismo, pero notaba cómo mi corazón palpitaba más rápido de lo normal. Era raro, porque a penas habían pasado 24 horas desde nuestro último encuentro, de nuestra asombrosa charla y, desde entonces, no había vuelto a pensar en otra cosa. Bueno, miento, había pensado en el examen que había realizado hacía escasas horas y en aquel beso que compartimos en medio de los rezagados estudiantes que, como yo, transitaban Ciudad Universitaria deseando deshacerse de una vez por todas de todos los apuntes que les impedían disfrutar de la nueva estación que acababa de invadir la capital: el verano.

Cuatro paradas para llegar a mi destino.
Ese beso... El que casi no me dejó pensar con claridad el resto de la tarde mientras intentaba estudiar en la biblioteca, y por el que me costaba acordarme de las respuestas del examen mientras lo realizaba. Me sentía algo eufórico, en realidad. No sabía cuál era el motivo real, o si era un cúmulo de todo lo que estaba por venir, pero no podía dejar de sonreír.

Tres paradas.
Mientras sonaba una de las canciones que había añadido a mi lista de reproducción veraniega, y totalmente abstraído de lo que me rodeaba en ese momento, empecé a recordar lo que, escasas paradas atrás, me había sucedido. Cuanto menos, era gracioso que a pesar de haber cogido trenes, aviones, barcos, manejarme a la perfección en el metro, y haber viajado unas cuantas veces al extranjero, no consiguiera viajar tranquilo en cercanías. Como un provinciano recién salido de su pueblo, no dejaba de estar atento a cada palabra que se decía por megafonía y a cada cartel que podía observarse a través de las ventanas del tren. Por eso, cuando habíamos llegado a Chamartín, no entendí por qué todo el mundo bajaba. Me había quedado completamente solo en el tren que creía me llevaba a mi destino. Suerte que, una señora mayor, novelera, madrileña de pura cepa, amablemente se acercó a mi, y me dijo que el tren se había averiado, que teníamos que salir y coger el siguiente que pasara.
Dos paradas.
Supongo que mi cara de idiota era tan evidente que, hasta esta señora tan amable con gafas de culo de botella, se dio cuenta de ella. Después de darle las gracias y de ayudarla a bajar el tren, no podía dejar de sentirme culpable. Las señoras mayores en el transporte público solo significan una cosa: "levántate de tu asiento si no quieres ser odiado". Y, como terapia de choque, el odio se invertía hacia ellas por hacerme levantar del asiento. Algunos lo llaman egoísmo, yo cansancio. Esta señora, sin embargo, se merecía que le cedieran todos los asientos del mundo.

Una parada para llegar a mi destino.
Pegué una carcajada al recordarlo. Cómo no, fui objeto de miradas de todo el vagón.
Volví a la realidad.

"Próxima estación: San Yago."

Creo que era la primera vez que estaba nervioso en todo el día. Lo del examen había sido un pequeño cosquilleo en comparación con lo que estaba sintiendo ahora mismo. Seguía sin entender cómo era posible que me sintiera así tras haber pasado solo 5 horas a su lado. La conversación que tuvimos, sin embargo, fue de otro mundo. Y no sé si lo mencioné antes, pero el beso... Ese beso fue de película, sin duda.

Mientras me levantaba del asiento y el tren se aproximaba a la estación de destino, y con mi estómago dando más vueltas que una montaña rusa, no podía dejar de preguntarme qué era aquello que estaba sintiendo, y por qué lo sentía. ¿Sería el calor? ¿Amor a primera vista? ¿Existía el amor a primera vista?
Bueno, ya puestos... ¿Existía el calor? En ese preciso momento, una gota de sudor frío me recorrió la espalda. Creo que en ese momento por fin me creí lo que decían aquellos anuncios sobre que el 75% de nuestro cuerpo era agua. Estaban en lo cierto, sin duda. Aunque yo estuviera sudando el 25%.

Salí del tren, avisé de mi llegada, y me quedé esperando sentado en el andén. Un par de canciones más tarde, ahí estaba. Había venido en bicicleta para llegar más rápido. A lo mejor él también estaba nervioso. Se me dibujaba una sonrisa tonta mientras me acercaba a saludarle. Intenté ocultarla sin éxito, evidentemente. Lo bueno es que se le contagió.

Volvimos a juntar nuestros labios, y el centrifugado de mi estómago terminó. En ese momento sabía que, locura o no, había hecho lo correcto. Había seguido a mis instintos y, mientras subíamos la interminable cuesta que llevaba a su casa sabía que, ocurriera lo que ocurriera, no me arrepentiría nunca.

Quizás era el calor, las canciones de amor que había escuchado, o el accidentado viaje en cercanías. Quizás había sido el beso, a lo mejor la conversación del día anterior. Quizás era pronto, pero...

¿Sería este el principio de la historia de mi amor de verano?


No hay comentarios:

Publicar un comentario